No por ser el lógico e inevitable final de la crónica de una muerte anunciada resulta menos doloroso dar cuenta de la muerte de un ser querido. Así es, me acaban de comunicar que Fernando Pardo Gella (23 de marzo de 1952 – 20 de septiembre de 2022), Nando para los amigos, acaba de pasar al otro lado del espejo… ¡y, en este caso, nunca mejor dicho!
De Nando bien podría decirse que encarnaba de pies a cabeza la figura del ideal humanista, del sabio renacentista. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona, autor y traductor, en 1989 cofundó —junto con Xavier Vidal y Enric Mus— la editorial La Liebre de Marzo, que vino a cubrir un vacío inexcusable del mercado editorial español con colecciones tan necesarias —por no decir imprescindibles— como Cogniciones, Transpersonal, Biblioteca del Capitán Nemo, Sabiduría Interior, Pequeño Saltamontes, Cuerpo y Consciencia, Ciencia y Sabiduría, etcétera. Practicante de budismo zen durante más de tres décadas, también fue cofundador de la Asociación Catalana Transpersonal (ACT) y del Institut de Psicología Transpersonal de Barcelona (lPTB), y durante los últimos años vino a poner el broche de oro final —con carácter mensual— a la revista Cáñamo, en una sección titulada “Susurros del más acá”, y en la que destilaba en cuentagotas la esencia de su lucidez y sabiduría… porque, por encima de todo, Nando era un lector voraz y todoterreno.
La lectura no era su único arrebato, siendo la música otra de sus grandes pasiones. Pop, rock, jazz, étnica… pocos géneros y estilos escapaban a su insaciable curiosidad y a sus vastos conocimientos. Además, en este sentido, Nando era un auténtico adelantado. Todavía recuerdo como su fuera ahora el día en que compartió con un grupo de amigos, en petit comité, sus experiencias y anécdotas —algunas muy jugosas— acumuladas durante su asistencia al mítico Festival de la Isla de Wight, justo el año en el que obtuvo su máxima audiencia. En su condición de adelantado musical, y amante de la psiquedelia, también asistió el 19 de octubre de 1981 al Palacio Municipal de Deportes de Montjuïc para disfrutar del primer y único concierto del grupo Grateful Dead en España, imbuyéndose del espíritu deadhead. En realidad, me consta que Nando estuvo presente en muchos eventos musicales en directo a lo largo de su vida.
Por supuesto, el Universo Ulises siempre estará en deuda con él, pues aparte de tomar parte activa en la edición de la revista durante más de veinte años, en todo este tiempo fue su colaborador más prolífico.
A título estrictamente personal, nunca olvidaré cuándo y dónde nos conocimos. Fue el sábado 18 de enero de 1997, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Si lo recuerdo con tanta precisión, es porque ese día tuvo lugar allí la celebración de los Encuentros Psiquedélicos, coordinados por la asociación Barcelona Expansiva. Hasta cierto punto, podríamos decir que nuestro primer encuentro fue un caso de serendipia. Nando y Xavier Vidal habían estado intentando localizar al autor del libro Drogas y cultura de masas (España 1855-1995), a quien imaginaban como un sesudo académico, para invitarlo a presentar su obra dentro del marco de dichos encuentros. Yo, por mi parte, había intentado ponerme en contacto con los organizadores del referido evento, desde que leí un anuncio en la revista Ruta 66, sin saber que ellos eran precisamente sus principales promotores. Desde luego, en cuanto nos vimos y apenas cruzamos unas palabras, nos reconocimos como vocacionales exploradores psiquedélicos.
La cosa no quedó ahí, sino que gracias al estímulo de ambos acometí la empresa que culminó con la publicación de mi segundo libro: Spanish trip (La aventura psiquedélica en España), editado precisamente por La Liebre de Marzo. De hecho, desde aquel día estuvimos en contacto de manera permanente y consolidamos nuestra fraternal amistad en muchos encuentros posteriores. Imposible olvidar, en este sentido, las jornadas compartidas en varias ediciones del Màgic Festival, que albergaba La Traviesa, un pequeño oasis expansivo en el casco urbano de Torredembarra regentado durante aquellos años por su hermano Jota. Tampoco puedo olvidar los viajes interiores compartidos —propiciados por el ácido lisérgico y la mescalina— en Cadaqués y en Coll de l’Alba (Tortosa), ni el viaje-relámpago al feudo de nuestro común amigo Óscar Ruiz en tierras abulenses. Por lo demás, el hecho de estar aquejados por la misma dolencia no hizo sino estrechar nuestra complicidad.
Desde hace unos cuantos años no se oye más que hablar del tan cacareado “renacimiento psicodélico”. Y cada vez que escucho o leo la expresión invariablemente me acuerdo de Nando y de su teoría al respecto. Él decía que la psiquedelia es como una pelota saltarina, cuando va perdiendo impulso, no hay más que avivar su bote para que siga saltando sin parar.
Unos meses antes de morir, Antonio Escohotado declaró lo siguiente: “Todas las personas sensatas, hasta ahora, han imaginado que lo que hay de alma en ellas, lo que no se puede pesar, ni medir, de alguna manera volverá a donde estuvo. Y que el ser humano tuvo como préstamo esa llama, esa animación”.
Estoy convencido de que a Nando no le resultarían nada descabelladas estas palabras del maestro Escohotado. En cualquier caso, ahora que ha pasado al otro lado del espejo y la línea —quién sabe si imaginaria— que separa la vida de la muerte ya no es para él un misterio, espero que no haya partido ignorante de todo el cariño y admiración que le profesamos.
¡D.E.P., Nando… esperamos tus susurros desde el más allá!



